“Tu cerebro es más inteligente cuando no le ordenas que hacer. Algo que la gente que se ducha descubre ocasionalmente”.
Nassim Nicholas Taleb (ensayista)
El baño es un momento único de creatividad y desarrollo de ideas. Es una máxima que viene cumpliéndose desde la antigüedad.
Se dice que el Rey Herón de Siracusa, en el siglo II a.c., pidió a Arquímedes que averiguase si su corona real no era completamente de oro, tal y como había encargado el Rey hacer, entregando cierta cantidad de este material al artesano encargado de hacer la corona. El Rey sospechaba que había sido engañado, sustituyendo el artesano parte del oro por plata o cobre, pero Arquímedes, sin poder romper la corona, no sabía como obtener la respuesta.
Cuentan que cuando el científico griego se disponía a bañarse en una tina, derramó parte del agua, pues la había llenado demasiado. Y saltó al grito de “¡Eureka, eureka!” al darse cuenta que había encontrado el método para determinar el volumen de distintos tipos de sólidos. Llenó un recipiente de agua, metió la corona y midió el volumen de agua desplazada. Luego hizo lo mismo con un peso igual de oro. El volumen desplazado era menor, lo que significaba que la corona había sido mezclada con un metal más ligero.
Más allá de esta curiosa historia, hoy en día, se sabe que un cerebro creativo fluye y convierte todo lo procesado en nuevas ideas cuando tiene momento libre. Y un baño suele ser uno de esos momentos. Porque, además, una buena ducha caliente activa la producción de dopamina, proceso relacionado con la creatividad, tal y como apunta la neurobióloga Alice Flaherty.
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